El Campo de las Amapolas

Ella me despierta, y llama a que la atienda.

Estoy acostado en algo viscoso, de lo cual prontamente me alejo al empujarme hacia adelante hasta estar parado. Un hueso cruje debajo de mi pie mientras avanzo. Debe de ser un cúbito, o quizás un radio por su longitud y fragilidad al partirse en dos.

Adelante mío se extiende un campo de amapolas más allá de lo que puede ver el ojo, una mezcla de verde pasto con diversos violetas de las flores, interrumpido por muchos puntos blancos y rojos. Estos son los restos de humano que están salpicados por el terreno. Cráneos agujereados, tendones expuestos a las moscas, fémures afilados al punto de ser estalagmitas sobresalientes de la tierra, chalecos de soldados ondeando como banderas blancas en el viento. Los trozos de hombre se volvieron un todo en parte del paisaje idílico.

En el centro de todo hay una figura solitaria arrodillada sobre un corte de carne, de luto. Es Ada, mi maestra y señora, vestida toda de negro con un largo velo que le llegaría hasta los pies si estuviera recta y ahora que está sentada se esparce por todo el sucio piso junto a los delgados bordes de su fino vestido. Se esconde la cara con ambas manos como alas de mariposa, frotando pulgares en sus esfenoides y entrando en sollozos constantes.

“¿Por qué?” Me pregunta ella. “¿Por qué es este mi cruel deber? Yo no cometí ningún pecado, he obrado con nada excepto bondad a los que están alrededor mío, ¿y esta es la batalla que Dios me asigna? ¿Tener que velar a los que ya no están con nosotros en medio de esta ofrenda de sangre a la masacre ciega? ¡Mi pobre corazón no puede con toda esta tristeza!”

Ella inclina la cabeza hacia atrás, y en ese mismo momento yo me acerco para ponerle un pañuelo encima, inmaculadamente trenzado con las más finas sedas. Mi único propósito aquí es pasarle pañuelos a Ada. Ella se suena los mocos, y prosigue:

“Quizás es por mi talento de cantarle a los muertos que me han mandado esta tarea. Seguramente, quieren que reúna a todas las almas con asuntos pendientes y las traiga de vuelta para usarlas como combustible de molinos. ¡Pero no puedo hacer eso! ¡Es muy cruel pedirme que vea todo esto! ¡Es una vista desalmada y espeluznante!”

Trato de decir algo, pero nada sale de mi garganta. Soy un humano a medias de construir, sin la capacidad de expresar empatía por alguien de verdad. Envidio, sinceramente, a la maestra casi tanto como la admiro.

Ella sigue llorando mientras encaja los dedos en lo que queda del pecho que tiene a sus rodillas, dibujando pentagramas invisibles sobre este. Estas líneas pronto explotan en brillo hasta ser reveladas como portales a los recovecos más profundos del cuerpo, de donde Ada extrae una sustancia líquida y blanca como espuma de mar.

“Dios, perdoname un propósito tan perverso.”

Es un alma, la culminación de un ser. Los nigromantes como mi ama pueden sacarlas de los cadáveres para venderlas a los empresarios de las grandes ciudades, quienes las insertan en grises maquinarias. Esto es debido a que embrujar un motor produce que vaya a un ritmo acelerado, produciendo un gran rendimiento de energía por cada alma ofrecida.

Le pego una ojeada al alma quitada, viendo como se retuerce en salpicadas pegajosas mientras trata de escapar de las finas manos de Ada. En su todo debería ser las memorias acumuladas del soldado caído a través de una vida de experiencia, recuerdos translúcidos reluciendo a través de su capa fina. Me pregunto si puede pensar sobre la gente que lo rodeaba en vida, si siquiera puede pensar ahora. Un alma es tan solo el eco de una vida, no tiene consciencia propia más allá de actuar remembranzas. Y aun así, tengo la sensación de que está pensando en algo o alguien en particular, viendo la imagen de una familia plasmada sobre su superficie.

Con un agitar de sus dedos, Ada comanda al cadáver a que se levante. Atraídas como por un imán, sus partes se unen y cosen alrededor de él para ponerlo de guardia sobre la hierba. Es carne y huesos, un gólem de nervios esculpido con el único propósito de asistir a Ada, idéntico a mi.

Torpemente, se marcha hacia atrás a recoger aún más cuerpos para mi ama lloriqueante, y me deja preguntándome qué parte del soldado está en ese zombi y qué parte está en el alma en las manos de Ada. Que parte de mi esta en mi y que parte en mi propia alma, olvidada en mi cuna de tierra donde nací.

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